jueves, 26 de mayo de 2011

El pasado verano vinieron algunos amigos a mi casa, y junto a ellos y primo El artista, que todo lo que hace y tenga que ver con arte, lo hace muy bien…y su inseparable amigo Herve. Y cómo no, echamos unas copichuelas. Los vecinos de abajo gritaron como perros en celo por la ventana para que nos calláramos, obviamente la situación no hacía más que producirnos risas y aunque lo intentásemos, no podíamos para de reír y cantar. A la mañana siguiente, cuando salimos de mi casa a la hora del tapeo, apareció en mi puerta los dos personajes en cuestión: una mujer con la cara muy loca y los ojos inyectados en sangre (con su outfit habitual de bermudas robadas del tendedero comunitario, camisetas roñosa y pelo muy grasiento) y su marido, el borracho que no deja de murmurar cuando nos cruzamos en las escaleras con un palo en la mano ¿era el de la escoba? En fin, daba pequeños golpecitos con mirada desafiante y bueno, ¿que se puede hacer en una situación así? Palabras educadas enfundadas en miradas “levantas el palo y no lo cuentas”. Al día siguiente me informé de quien eran ellos, y se me escapó una risilla nerviosa al enterarme que había pasado muuuchos años en la cárcel por un homicidio.   Foto detalle de mi primo.

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